Zen y despertar, por el Maestro Roland Yuno Rech.

Zen y despertar.

Por el Maestro Roland Yuno Rech,  5 octubre  2005

Buenos dias y bienvenidos,

La práctica del zen se remonta históricamente al Buda Shakyamuni.

Era hijo del rey de un pequeño estado del norte de la India; a pesar de la protección que le ofrecieron contra lo que podría turbar su vida en palacio, sintió el sufrimiento humano unido a la impermanencia y a la muerte y quiso buscar maestros espirituales para resolver este problema.

Habiendo estudiado durante años con estos maestros seguía insatisfecho, Gautama, que era su nombre, eligió no referirse a los sistemas de creencias de su época y abrir él solo una nueva vía, teniendo la intuición de que el ser humano podía salir solo de su sufrimiento, sin adherirse por ello a un sistema religioso dogmático. Se despertó yendo hasta el fin de esta vía, es decir, que se transformó en el Budaesta palabra significa: "despierto".

No iba contra las creencias de su época que no cuestionaba salvo en algunos puntos precisos, sino que las consideraba insuficientes para llegar a la liberación de los seres humanos y de sus sufrimientos. Programa que puso manos a la obra tras la noche de la iluminación para resolverlo. Tenía alrededor de los 35 años y continuó hasta su muerte con más de 80 años.

¿A que se despertó?

Señalemos en primer lugar que el budismo tiene una actitud muy moderna para la gente de hoy en día por el hecho de que cada uno debe hacer una experiencia concreta de la realidad sin creer ciegamente en lo que se cuenta sobre ella.

Buda se despertó a la realidad de nuestra naturaleza más profunda, la más intima y sobre todo escogió vivir conforme a esta realidad. El despertar es una disposición particular del espíritu que de repente es más claro, más lúcido y puede penetrar la verdad con sabiduría, es decir, sin dejarse cegar por sus propias representaciones del despertar y con compasión, es decir, sintiéndose unido a todos los seres y solidario con sus dificultades. En el budismo, un despertar personal, individual,  no tiene ningún sentido y la sabiduría está siempre indisociablemente unida a la compasión. 

La evolución del budismo a lo largo de los siglos ha conocido varios periodos, rupturas... Partió de India para seguir las vias de comunicación terrrestres o marítimas y se extendió rápidamente por los paises vecínos, el Tibet al norte, así como por todo el sudeste asiático.

Este periodo de expansión, sobre todo, ha dado a conocer un budismo filosófico e intelectual, solamente con la intervención de ciertos monjes como Bodhidharma en China, o Dogen, más tarde en el Japón, el budismo pudo volver a ser para sus adeptos lo que era al principio: una práctica con el cuerpo que os voy a mostrar ahora y que consiste en una postura sentada e inmovil que se llama zazen.  

Za quiere decir sentado y zen, concentración, meditación.

La palabra zen que empleamos corrientemente en la conversación no designa lo mismo para un budista que no encuentra ahí esta relajación impasible y complaciente, sino más bien una actitud de gran vigilancia y apertura que permite quedar en contacto con nuestro propio cuerpo a través de la respiración, que tiene igualmente una grán importancia. Podemos decir que el zazen  no depende de la inteligencia, ni de la flexibilidad de la persona (hay arreglos posibles para la postura si alguien tiene graves dificultades para practicarla) sino únicamente de la calidad e intensidad de esta concentración en cada instante.

La forma zen que practicámos aqui, en Niza, surge de la escuela Soto que pone una gran atención al cuerpo tal cual es, no como un enemigo al que hay que combatir, sino como un soprte para la meditación, un aliado.

Se trata de reconciliarnos en primer lugar con nosotros mismos, más que juzgarnos y rechazar partes de nosotros mismos que no quisiéramos o que perturbarían nuestra paz, nuestra calma interior.

Otras formas de zen, como el zen Rinzai, tienen una pedagogía diferente e insisten más sobre los koan para impedir intervenir al aspecto dialéctico y discursivo de la mente, pero en el fondo tienen el mismo objetivo. El cojín o zafu, permite bascular bien la pelvis y un buen enraizamiento de las rodillas en el suelo, así como un enérgico estiramiento hacia lo alto de la columna vertebral.

Después es importante no buscar el hacer el vacío en la mente; hacernos insensibles , anestesiarnos ante las sensaciones, las percepciones exteriores o interiores, sino al contrario, hacernos sensibles, de manera fluida, sin apegos, sin bloqueos, siendo conscientes de la vacuidad de todos los fenómenos que se desarrollan.

Dejamos aflorar a la consciencia los pensamientos, las emociones, las percepciones, justo cuando nacen, antes de que sean alimentados por el oleaje emocional que nos desborda e invade.

La postura centra el cuerpo en el Hara, calma la respiración, calma la mente y los pensamientos y permite volver a la verdadera naturaleza de todo lo que pasa en nosotros, es decir permite no dar demasiada importancia a los fenómenos como lo hacemos habitualmente en la vida cotidiana.

En efecto, estamos estimulados para creer que todo lo que nos ocurre existe y no discernimos el otro aspecto de los fenómenos enseñado por el budismo, que es la vacuidad: ku en japonés.

La vacuidad no es la negación, el nihilismo que consiste en hacer como si todo esto no existiera, sino al contrario, es dar cara a ello viviendolo profundamente e instantáneamente, sin permanecer ni estancarnos en nada.

Dicho de otra forma, nuestra mente desarrolla la calidad de un espejo, que no está empañado por rumiaciones, ni deformado por las opiniones, sino que refleja las cosas tal como son, es decir, en el fondo, sin sustancia fija, sin realidad que dure o persista.

Este es un aspecto de la vacuidad, el otro aspecto es que estando vacías de realidad propia, las cosas existen en interdependencia con todo y ninguna cosa, ni ser, está nunca separado de todo. Nada existe más que en interdependencia con lo que le rodea y el entorno. Los preceptos que  el budismo recomienda respetar, no son prohibiciones, un moralismo estrecho, sino la expresión viva, concreta de esta realidad que el zen nos propone descubrir en la experiencia de zazen.

No matar es considerar a todo ser vivo, incluso el más insignificante como una parte de este campo de interdependencia y por lo tanto, ni separado, ni diferente de nosotros. Es no matar, tampoco, la consciencia de esta interdependencia, de lo que tenemos en común con las otras criaturas.

No robar, no es únicamente no apropiarse de lo que no nos pertenece, sino que es vivir el koan: "¿Hay algo que me pertenece en propiedad?".

Con la práctica de zazen, estas prohibiciones ya no nos son impuestas desde el exterior, sino que las sentimos como la expresión natural de una libertad que trasciende la dimensión del ego; la libertad de lo que a veces se llama el gran Sí, la dimensión divina de cada uno y que no podemos definir, asir, que compartimos más allá de nosotros con todo el universo.

Todo lo que rodea el zazen propiamente dicho en un dojo, el gassho, las ceremonias, las prosternaciones, la guen mai son la expresión de esta toma de consciencia y de este reconocimiento, del acceso a esta dimensión.

El gassho es no hacer diferenciaciones entre uno mismo y la persona a la que dirigimos el saludo.

La ceremonia es dedicar el zazen para el bien de todos los seres.

La prosternación es abandonar cuerpo y su mente, reconocer que su origen está más alla de nosotros mismos.

La guen mai es aceptar el alimento que se nos ofrece y rendir homenaje a los que lo han preparado.

Hoy vivimos en un mundo en el que ha desaparecido el espíritu de gratitud. Exigimos todo, enseguida y nunca es suficiente.

La crisis de nuestra civilización podríamos entreverla bajo el ángulo, por supuesto, de una pérdida de valores y referencias que fundamentan nuestra vida en común, pero también por una pérdida de reconocimiento de lo que recibimos a cada instante de todo lo que nos rodea. El aire que respiramos, el alimento que comemos, el agua que alivia nuestra sed, el sol que nos calienta.

El debate sobre la consciencia ecológica que tanta falta nos hace en nuestras sociedades industriales, podrá revolucionarse, proponiéndonos cada uno este reconocimiento. No por algo que recibimos y nos da placer, no sólo hacia tal o cual persona, sino también como una actitud fundamental de la mente, sin objeto particular. Si comprendéis el zen a través del cuerpo, éste influencia profundamente el espíritu, basándose en el principio de que no son dos entidades separadas, sino una unidad indisociable, el uno no puede existir sin el otro.

Podemos así contactar con una dimensión religiosa de nuestra vida, que es dificil de encontrar cuando no se desea recurrir, a las instituciones religiosas establecidas.

La práctica de las cuatro virtudes ilimitadas, por ejemplo, que me parecen tan naturales por la experiencia de zazen, me parecen incoherentes en las recomendaciones de Cristo de hacer el bien a sus enemigos. Sin embargo, la benevolencia, la compasión, la alegría simpática, la ecuanimidad, enseñada por Buda, son muy próximas de lo que Jesús enseño.

  • La benevolencia es contribuir a la satisfacción del otro.
  • La compasión es ayudar a resolver el sufrimieento de los otros.
  • La alegría es gozar con la felicidad del otro en vez de sentir celos o envidia.
  • La ecuanimidad es acoger todas las circunstancias tal y como son.  
Ilimitado significa que las virtudes que desarrollamos hacia los otros no son solamente para las personas que amamos y que nos son cercanas, sino también para las que nos son indiferentes e incluso hostiles.

Por otra parte está el beneficio psicológico de sentirse mejor consigo mismo y con los otros en nuestras relaciones. La práctica del zen nos permite acceder a una dimensión espiritual de nuestra existencia por una intuición de profunda comunión con la naturaleza en el sentido amplio de amor hacia ella.

Efectuadas en tal estado mental, no es solamente zazen quien es iluminado por esta consciencia, sino todas las actividades cotidianas, y es lo que nos esforzamos por hacer en las sasshines, nuestros cursos de práctica intensiva, durante las que no solamente el aspecto meditación de la práctica se aborda sino todos los aspectos de nuestra vida como prolongación, continuación de la experiencia realizada en el dojo.

Un cristiano diría que es hacer a Dios presente en cada una de nuestras actividades cotidianas. Así el trabajo toma un sentido completamente diferente que el de la etimología de la palabra trabajo, que evoca un instrumento de tortura. Podemos apreciar un trabajo y practicarlo como un servicio a la comunidad, no solamente como contrapartida por el salario que nos permite obtener.

Podemos desarrollar las cualidades de un buen cocinero que cultiva su arte en el seno de un templo: la gratitud, ser feliz de hacer el trabajo y poder ofrecerlo a los otros. La mente amplia, aceptar los ingredientes y las circunstancias tal y como se presentan.

La compasión, es decir la atención a todos los colaboradores que concurren a la vez que nosotros a realizar este trabajo.

Es importante anotar que lo aquí se propone y que puede parecer inaccesible, ideal, no es para llevarlo a la práctica inmediatamente, desde que uno franquea la puerta de un dojo, sino que se propone como una vía, es decir, como un proceso de transformación progresiva, a lo largo del cual cada día es la ocasión de dar un paso más.

Actuamos en función de nuestra realidad de lo que somos, y de lo que podemos hacer para ir un poco más lejos de lo que es posible.


Conferencia dada por el Maestro Roland Yuno Rech en el convento de los dominicos en Niza, el 5 octubre de 2005.
Toma de notas y resumen: F. Savie.
Traducción: Antonio Arana y Txus Laita, del Dojo Genjo de Pamplona/Iruña.

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