¿Donde está el verdadero monasterio? - Roland Yuno Rech

¿DONDE ESTÁ EL VERDADERO MONASTERIO?

Cualquiera que sea el lugar en que nos encontramos durante una sesshin, es un monasterio. Y cada uno, se convierte en un monje o monja, o en todo caso, parecido a un monje o monja. El lugar en que nos encontramos es el lugar de la Práctica de la Vía.

Todas las actividades, desde que nos levantamos por la mañana, hasta que nos acostamos, son la práctica de la vía, es decir, la práctica que nos armoniza con la realidad tal cual es.

Cada uno es parecido a un monje, a una monja, es decir que está solo. Estamos solos y somos uno. Estamos solos con nosotros mismos y somos uno con todos los seres, uno con todo el universo. Uno consigo mismo quiere decir, que en zazen, abandonamos todo objeto. Abandonamos todas las preocupaciones de la vida cotidiana, los problemas, los objetivos, las relaciones, bien sean relaciones familiares, profesionales, amorosas, sociales. Estar sentado cara a la pared quiere decir abandonar toda relación, ser sin objeto, no estar ya tendido hacia ningún objeto. Es el sentido de la verticalidad de la postura.

En zazen, empujamos el cielo con la cima de la cabeza y la tierra con las rodillas. No nos inclinamos ni adelante ni atrás. Cuando estamos totalmente concentrados en la postura, nos hacemos completamente uno con el cielo y la tierra. Durante zazen, traemos constantemente la atención a los puntos importantes de la postura. Así cuerpo y mente se hacen unidad. La mente no se pierde en los pensamientos, tampoco se escapa a otro lugar; queda completamente aquí. Esta forma de ser uno con su cuerpo, cuerpo y mente en unidad, es ser monje.

Esta unidad se continúa en todos los gestos de la vida cotidiana. En la ceremonia, cuando hacemos gassho somos completemente uno con gassho. Cuando nos prosternamos  en sampai, somos completamente uno con sampai. Cuando andamos en kinhin somos totalmente uno con cada paso. Cuando comemos la genmai, somos totalmente uno con los gestos de comer. Cuando comemos, solamente comemos, no pensamos en otra cosa. Cuando fregamos o cuando preparamos las verduras somos uno con la actividad de lavar, de cortar. Esta vida sin divisiones, es la vida monástica. Uno.

Estamos también atentos a la respiración. Durante zazen, inspiramos o espiramos profundamente, sin detenernos al vacío ni al lleno. Cuando inspiramos somos uno con la inspiración. Cuando espiramos, somos uno con la espiración. Esta forma de concentrarnos nos trae constantemente al ahora de la respiración. La respiración se desarrolla siempre en este instante. Así como la concentración en la postura del cuerpo nos trae al aquí, la concentración en la respiración nos trae al ahora.

Estar aquí y ahora no es simplemente un eslogan zen, es la esencia de nuestra práctica. Uno con este lugar, uno con este instante. En esta unidad nos olvidamos completamente, abandonamos el antes y el después. Eso quiere decir que realizamos la eternidad del instante, lo que está más allá del antes y del después, más allá del tiempo que pasa. Pues el tiempo no pasa. Nuestra vida sencillamente es una sucesión de instantes presentes. Si nos concentramos en cada uno de esos instantes, podemos vivir la vida eterna.

También esto es la vida monástica; no la preparación, no un ejercicio para merecer la vida eterna tras la muerte, sino la experiencia de la vida eterna justo ahora.

Vivirlo es vivir plenamente la sesshin.

Dirante una sesshin, practicamos juntos constantemente. Veinticuatro horas sobre veinticuatro compartimos la práctica. No solamente la práctica de zazen sino también las ceremonias, la comida, el samu, el reposo, la costura del kesa, el estudio y práctica de las reglas, todo se transforma en una práctica juntos.

Pero al mismo tiempo estamos profundamente solos. La práctica consiste en profundizar esta soledad y este ser juntos.

Nacemos solos y moriremos solos . Por supuesto, a veces somos ayudados. Por supuesto la madre ayuda al niño a salir, a veces los médicos, pero es el niño el que al final tiene que salir solo. Al que le corresponde respirar. Podemos ayudarle, pero al final si no decide nacer y respirar , nadie puede hacerlo en su lugar. De la misma manera morimos solos. Nadie puede morir en nuestro lugar. Incluso si estamos rodeados, si algunas personas nos acompañan, esta tiene un límite, pues los otros no son yo. Incluso si somos muy íntimos con alguien, si compartimos la misma cama, cada uno tiene sueños diferentes.

A veces, cuando tomamos consciencia de esta soledad, del hecho de haber nacido como un individuo separado, creemos poder remediarlo apropiándonos de todo tipo de objetos de deseo. Por nuestra soledad, percibimos cierta falta y soñamos que hay seres que podrían colmarnos, satisfacernos totalmente, hacernos olvidar esta soledad. Entonces nos ponemos en búsqueda y a menudo pasamos en ella toda la vida. Pues si creemos que algún otro puede llenarnos, naturalmente vamos a ser posesivos, ávidos. Así vamos a reforzar nuestro propio ego y al mismo tiempo nos vamos a mostrar preocupados, ansiosos de perder al otro o los objetos de que nos hemos rodeado. Y de aquí surge toda clase de sufrimiento, porque lo que nos anima es una ilusión. Creemos poder hacer desaparecer nuestra soledad rodeándonos de todo tipo de seres, de cosas, o de uno solo; en lugar de aceptar profundamente la soledad.

Hacer zazen, el verdadero zazen, es esta aceptación de la soledad que ningún objeto puede llenar. Estar sentados cara a la pared quiere decir exactamente eso. La pared nos reenvía a nosotros mismos y a la imposibilidad de asir cualquier cosa. Incluso si durante zazen surgen todo tipo de pensamientos , el objeto de dichos pensamientos permanece inasible, así como la fuente de los mismos. Es como las nubes en el cielo. Una nube aparece. ¿De donde viene?. No podemos atrapar el origen de la nube. Desaparece, tampoco podemos asir el lugar donde va cuando ha desaparecido. Sencillamente porque una nube nace en relación con todo el universo. El fenómeno nube surge de la interdependencia. Cuando su forma particular desaparece, retorna a todo el universo y todo el universo es inasible. Es lo mismo para nuestros pensamientos.

Si observáis atentamente lo que ocurre de un instante a otro , un pensamiento aparece y, de donde viene, lo qué lo ha producido no puede ser percibido. El pensador es inatrapable. Por supuesto, decimos: "Soy yo quien piensa. Pienso luego existo". Pero este "Yo" es inasible. Si realizamos esto profundamente, todo sentimiento de soledad, de separación, desaparece. La soledad no se llena por alguien o por algo. No puede desaparecer más que cuando desaparece la ilusión del ego. Y esto es la esencia de nuestra práctica.

Es lo que hacía decir al Maestro Yoka que vamos siempre solos, vamos siempre solos, Pero, en la vía del nirvana, del satori, en la vía de la liberación, sólo juegan juntos los que han despertado. Este juego es el que constituye la vida del monje; una vida liberada de nuestros apegos, de nuestras ilusiones.

Y sí, se trata de un juego, no como el de la ruleta, sino un juego como el juego de los niños, una actividad pura, el juego por el juego, sin nada que perder ni nada que ganar.

Los monjes, las monjas, todos los que enraizan su vida en la práctica de la vía, pueden participar en este juego. Es lo que se llama zuge zanmai, samadhi de zuge, de la actividad totalmente libre; liberada del ego y por lo tanto liberada del nacimiento y de la muerte , liberada de la idea de que el "yo" ha nacído y de que el "yo" va a morir.  

Es lo que se llama el camino del nirvana; es el camino en que la ilusión del ego, la ilusión dualista desaparece. Es el camíno de la práctica juntos, de la práctica de la sesshin. Cuando el sol está apunto de ponerse, todo vuelve a la calma.

De la misma forma, cuando la luz del mental cesa de brillar, se establece el silencio interior. Es el momento en que la mente cesa de agitarse apegándosé a todo tipo de cosas: nuestros recuerdos, nuestros logros, nuestros deseos, nuestros rechazos. En la oscuridad del mental, el verdadero espíritu brilla.

Es lo que hace decir al Maestro Tozan:

El alba no es clara,

la medianoche es verdadera luz

En la noche todas las diferencias desaparecen. En zazen incluso si las diferencias no desaparecen, no nos atamos a ellas, no permanecemos en nada. Incluso no nos apegámos a la postura de zazen que nos ayuda a enraizarnos en el "aquí y el ahora" pues uno se convierte en la misma postura de zazen; uno mismo es el zazen, sin separación. La postura de zazen no es un objeto de concentración , zazen no es el objeto de nuestra práctica, nosotros somos la misma practica. Esta práctica nos lleva constantemente más allá de nosotros mismos, nos arrastra a realizar una mente que no permanece en nada, en ninguna diferencia.

Realizar este espíritu que no permanece en nada, es realizar el despertar de Buda. Armonizarnos de forma natural con la realidad de la impermanencia es el sentido de la práctica del monje. 

Por eso se llama al monje unsui: un, nube, sui, agua. El agua se convierte en nubes, las nubes se hacen agua. El agua del torrente no se detiene en ningún sitio, acaba por unirse (encontrar) el océano, a menos que se evapore en nubes.

Si queremos convertirnos en monje o monja, es importante realizar este espíritu; entonces ya no tenemos necesidad de lo que nos ata.

Ser monje o monja no depende del hecho de estar en un monasterio, es la firme decisión de realizar el despertar como prioridad absoluta de nuestra existencia. En el pasado, los que tuvieron esta resolución y practicaron con un verdadero maestro, realizaron el despertar cualquiera que haya sido su posición. Volverse un verdadero monje, una verdadera monja, es encontrar su rostro original, es vivir sin estar apegado a ninguna situación. Ser un hombre sin posición era el ideal de los monjes zen de antaño.

Cuando hacemos una sesshin, cuando practicamos en el dojo, debemos poner toda nuestra energía y nuestra confianza en la misma práctica, sin preocuparnos de cual es nuestra posición.

Roland Yuno Rech, maestro zen.

 










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