La no permanencia del «yo»

La no permanencia del «yo» 


En cada instante, todo muere y todo renace. El ego no es más que un agregado temporal. Cualquier forma es irreal. Toda sensación y todo pensamiento son transitorios, inestables y están en permanente cambio. De la misma manera, aquello que llamamos personalidad no es más que un compuesto fugaz que desaparece en el mismo instante en que cesa la vida.

El agua del río fluye incesantemente, pero nunca es la misma. La espuma de sus remolinos tan pronto desaparece como cambia, nunca permanece. En esta vida, así son los hombres y sus moradas. 

Los hombres no saben ni de dónde vienen ni a dónde van cuando nacen y cuando mueren. ¿Qué saben?, ¿se dan cuenta únicamente, durante su breve paso por la tierra, de para qué pueden servir sus esfuerzos y sus agitaciones?, ¿saben distinguir solamente qué podría darles la felicidad?, ¿la incertidumbre y la inestabilidad son su patrimonio: del maestro o de su morada, cuál es un cambio mayor? No sabría decirlo: hombres y cosas pasan por igual. 

«Todos los fenómenos de la conciencia del sí —proclama Nagarjuna— pertenecen a la ilusión. Ideas, sentimientos, emociones, recuerdos: nada de eso existe realmente, desaparece tan rápido como una columna de humo empujada por el viento. Por eso es necesario distinguir dos tipos de verdad: la absoluta y la relativa. Aquellos que no realizan esta distinción no comprenden el misterio del ser. Son como aquel mago poco hábil que se enreda en sus propios conjuros y no ve, detrás de la fluctuación de las apariencias, la inalterable realidad».

André Senier, Buda y el budismo [Fragmento]

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