Del Sufrimiento al Despertar.

DEL SUFRIMIENTO AL DESPERTAR (*)

Comprometerse en la práctica del zen no consiste en meditar koans incomprensibles, sino en confrontarse con las causas del propio sufrimiento y despertarse de las ilusiones.

Buda decía que el nacimiento es sufrimiento y esto a veces nos choca, nosotros que, olvidados del inconveniente de haber nacido en este mundo limitado celebramos los cumpleaños.

Sin embargo, el nacimiento es sin duda la causa de la muerte. Si ya no tenemos la elección de no haber nacido, todavía podemos preguntarnos ¿que es lo que ha nacido?, lo que nuestros padres han inscrito orgullosamente en el registro civil.

Si realizamos que lo que ha nacido no es un yo separado, sino que todo lo que nos constituye pertenece al conjunto del universo, entonces realizamos la dimensión sin nacimiento y sin muerte de nuestra existencia.

Si a menudo el nacimiento es traumático es por ser la primera separación que nos compromete en el camino en el que debemos ir solos. Cuando practicamos zazen en un dojo estamos a la vez solos frente a la pared y al carácter inasible de los objetos a los que nos apegamos, pero también estamos juntos compartiendo la misma experiencia de la dimensión de nuestra existencia que es común a todos los seres. La impermanencia es lo que nos une a ellos: La vida es interdependencia sin sustancia fija, realización del sí ilimitado. Allí se encuentra la fuente de la compasión por todos los seres y el fundamento de una ética de solidaridad.

La enfermedad es la segunda causa de sufrimiento mostrada por el Buda. Incluso si zazen nos ayuda a volver a una mejor higiene de vida , el sentido de la vía que él enseñó no es el de volvernos invulnerables a las enfermedades, sino vivirlas mejor. Uno aprende a limitar los inconvenientes: Incluso si la enfermedad está ahí, yo no soy esta enfermedad y no me dejo invadir por ella. Como un dolor de rodillas, queda como un fenómeno local. La vasta mente permite aceptarlo e ir más allá. La concentración en la espiración permite reducir la intensidad del dolor. Sobre todo el riesgo de enfermar nos incita a no desperdiciar el tiempo precioso en que nuestra salud nos permite practicar zazen en buenas condiciones.

La vejez es otra manifestación de la impermanencia. A diferencia de nuestra sociedad productivista, la tradición zen valora la experiencia y la sabiduría de los antiguos, que enseñan a los más jovenes y son respetados por ellos.

La muerte no sobreviene sólo al final de la vida: nacimiento y muerte se suceden instante a instante en la constante tranformación de los fenómenos,  sin comienzo ni fin. Esta impermanencia es también lo que permite la transformación de las ilusiones en despertar. La aceptación de esta impermanencia es en sí misma despertar, desapego que incluye la aceptación del apego, como testimonia el último poema del Maestro Dogen.

            Pensaba

            volver a ver la luna

            el otoño próximo.

            Pero esta noche

            ¿por qué me impide dormir?


(*)Autor: ¿?

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